“El descenso al infierno fue fácil y, una vez levantadas las barreras entre mi aberración y el sentido común de Mabel, aquello creció a pasos agigantados. Un cambio se operó en mis horribles curiosidades…”
El ananá de hierro Eden Phillpotts
Si sos Juez te tenés que comer los sapos más repugnantes del mundo calladito y reconcentrado. Imaginate deglutirte con un ademán de cabeza un violador que te cuenta como forzó a una nena o te insiste que es inocente negando un ADN positivo de paternidad con el bebé que le ha hecho parir. Tu otro yo le debe saltar encima con los genes salvajes de los orangutanes, con la furia de los empaladores de Transilvania, con la ferocidad de las tropas de Stalin, para hacerle pagar su deshonor y su miseria atándole una tunda pedagógica, para que aprenda, para que no lo hagas más degenerado hijo de puta. Por supuesto mantienen la compostura, piden aclaraciones y con un ajá muy diplomático escuchan, ora verdades crueles, ora mentiras abyectas, sin que se les mueva un pelo. Si es que fuera cierto que por dentro bullen de bronca, por fuera se muestran imperturbables. Mantener la calma, contener las emociones y aplicar el razonamiento menos afectado es la fórmula para decisiones Salomónicas, no en el sentido del último monarca de Israel mandar a cortar un bebé por la mitad para saber cual es la verdadera madre de las dos mujeres que lo reclaman, -ni lo que sería, transportado al presente, (se nos ha ocurrido una gran idea) que delante de la victima mandaran a cortarle el pito al violador y si ella dice ma sí que se lo corten es culpable, si dice no por favor no se lo corten, es inocente-, sino justas.
El Jueves 11 culminó el Juicio contra el “Gordo” Enrique Rafael Varas (40), preso de más de un año por una acusación de abuso sexual agravado sobre una nenita de 5 años, hija de la mujer con la que vivía. Una cámara gesell lapidaria anticipaba un fallo condenatorio. Fue en los asentamientos Kundsen. Varas supo vender nuestra revista un tiempo que cuidaba motos en la feria. Las veces que estaba sobrio. Había estado preso ya y, decían, comercializaba merca como ingreso extra. Lo que estaba pasando puertas adentro era inimaginable.
El Juez Aldo Primucci de la Sala I consideró que las canalladas narradas por la criatura eran un delito continuado. Una sucesión extendida en el tiempo de abusos perversos y asquerosos que, de acuerdo al examen pericial del CIF, no habían llegado a la penetración, repetidos cada vez que la madre salía a trabajar y la dejaba bajo su “cuidado”.
Él dijo que era todo mentira. Negó el ogro pedófilo que, borracho, llamaba “mi putita” a una bebé. Aunque resulte difícil de creer la mujer lo defendía. Fueron la abuela y la tía, enteradas por la nena de las aberraciones de su padrastro, las que denunciaron. Por el delito de abuso sexual gravemente ultrajante calificado por la convivencia y guarda Primucci condenó a Varas a ocho años de prisión efectiva. Si por dentro estaba indignado, furioso, enojado por las alturas que puede alcanzar la perversidad humana, no se notó.