Ásperos. Desolados. Son los parajes chaqueños de Rivadavia banda norte. Un ranchaje de gauchos dados a una ganadería de subsistencia a duras penas librados a la ley de la fuerza salvaje conforman el igualmente áspero paisaje humano. Miente quietud el Chaco. Entre los silbos de espinas bullen impulsos primitivos que vuelta a vuelta estallan en tragedias.
Ochenta kilómetros de Morillo, antes de Alto la Sierra, el paraje La Línea es un pequeño oasis en el monte. Pululan animales cansinos en torno al rancho de los Correa. Viven la mamá y sus hijos. “Maru”, una chica con capacidades diferentes de 19 años, “Mereco”, un chango de 27 y sus otros hermanitos, Ramón de 12 y Arcelio de 15.
“Abrió la boca para gritar, pero consiguió dominarse…¿Dominarse? ¿No giraba todo a su alrededor? ¿Qué era aquella sangre que parecía anegarlo todo? Y empezó a caer, a caer, a seguir cayendo, cayendo…, cayendo…”
Crimen en familia Ameltax Mayfer
Mereco es Hermenegildo Correa. Lo tienen por cuatrero y violador. Dicen que cansado de chivas que berrean en lugar de gemir y de terneras que mugen en lugar de suspirar la ha agarrado a la hermana que es medio faltita. Ha estado preso por eso. Una segunda vez por violarse al “Morcilla”, un gaucho. No se le ha probado pero lleva la marca .
La calma aparente del Miércoles 12 de Agosto presagiaba una tormenta de sangre que se precipitó en el rancho cerca de las once de la noche. Los más chicos, Ramón y Arcelio, morían bajo los golpes implacables de un hacha que su propio hermano Mereco descargaba una y otra vez sobre sus cabezas de niños dormidos. Con el ojo de su herramienta de leñador, no con el filo. Explotando la bóveda craneal del púber que siguió de largo en el sueño y fracturando la del quinceañero quien alcanzó a poner la mano de escudo. Para que dejara de respirar y de moverse sacó el facón y le abrió la garganta de oreja a oreja con un trazo cóncavo. Los faenó imitando lo que había hecho esa tarde con un vacuno.
En realidad concluyó la faena de un animal quemando y enterrando el cuero y los sobrantes de la carne. Acción extraña en un ámbito donde se aprovecha todo. A menos que fuera la vaca choreada con lo que no se la estaba descartando si no ocultando la prueba del delito. LOS HERMANOS DIJERON QUE LE IBAN A CONTAR AL DUEÑO Y POR ESO LOS MATÓ. LOS HERMANOS LO VIERON O LE RECRIMINARON LOS AMORES INCESTUOSOS CON MARÍA Y POR ESO LOS MATÓ. Son las dos hipótesis que se manejan. Ninguna tiene la más mínima proporción con la masacre.
Mereco huyó al amanecer. Anduvo once días por el monte con toda la Policía de la provincia por detrás. Los vecinos indignados pedían que lo bajen de un balazo como a una charata ni bien lo divisaran. Tenían miedo. El tipo fue una vizcacha de agujero en agujero comiendo frutos, raíces, tomando agua de los cactus y abrigándose en los Mistolares. Baqueano y conocedor el gaucho. Lo pillaron en un puesto de familia cerca de las lagunas grandes de Monterrico, al sur del hecho, en la zona del Trampeadero el Domingo 23. No daba más de hambre, su último mate cocido con bizcocho era de seis días atrás. O se entregaba o se moría el montuno.
Doble homicidio doblemente calificado lo acusaron. Por el vínculo y por alevosía. Los chicos dormían. Habrá que ver si no tiene alguna enfermedad mental, si no tiene algún cable suelto, solo así podría entenderse lo que hizo.
Juzgado en la Cámara del crimen de Tartagal fue condenado a perpetua. Había estado preso dos veces, la tercera fue la vencida. No sale más. Peor que pisar un nido de yararáes, peor que te ataquen cinco yacarés en la laguna, peor que un león te confunda con un guasuncho, el tal Mereco o Merejo.