“Un chorro de sangre los bañaba, uniéndolos en su viscosidad roja…”
Nocturno Ricardo Güiraldes
A principios del siglo XX un filósofo de los países bajos escribió que el motor del mundo era el juego. Jugar era crecer y aprender. Depende que juego, podríamos haber objetado. Perder a la ruleta rusa era morir. Igual que la ensalada la competencia suicida provenía de costumbres de la europa del este.
Se apostaba al azar de hacer girar el tambor de un revólver con una o varias balas y gatillártelo en la sien, si sobrevivías te quedabas con el pozo. El juego se hizo famoso en el cine.
También entre los bagayeros de Orán debido a un episodio que tuvo veintisiete días internado a uno de ellos con un tiro en la cabeza. Ocurrió a fines de Enero del 2019 dentro de un auto en un semáforo de la Esquiú. Eran compañeros de trabajo pasadores de coca.
La victima fue el Enzo “Limao” o “Polaco”Heredia de 23 años y el tipo que lo hirió el “Tigui” Leandro Matías Churquina (24), su amigo, los dos del barrio 17 de Octubre. El Juicio contra Churquina por tentativa de homicidio agravado por arma de fuego terminó hoy con una sentencia de siete años, un mes y diez días de cárcel a pesar que Heredia declaró que fue un accidente jugando a la ruleta rusa un poco meloneados de copas y pastillas.
La Justicia no le creyó. Se creyó a si misma. El Juez fue Maldonado, ese individuo que hizo meter preso con mentiras a un docente porque la reprendió a la hija en uno de los casos más escandalosos de abuso de poder de la historia judicial del mundo, sin que sufriera otra consecuencia que ser ascendido a Juez. Habrá dicho que lo hizo jugando como Churquina y Heredia.
