“Todos viven seducidos por el magnetismo que emana de aquel fenómeno. Pero lejos se oye decir que en esa ciudad nadie es dichoso…”
El grito Mely Rodriguez Salgado
El área de personal o reclutamiento en las multinacionales narco anda a las mil maravillas. Que no haya un mango en la calle, que la desocupación cunda, que no te alcance la guita para llegar a fin de mes, son el mejor caldo de cultivo para sumar colaboradores en las oficinas de finanzas, transporte, acopio y distribución. Pagan bien porque mueven millones. Muchos se han jugado a pararse con un par de viajes y si lo lograron son potentados. Ahí andan convictos de toda calaña metamorfoseados del hambre a la Toyota Hilux del asocial proletario al magnate de la construcción. El país se empobrece y un colectivo que pasa por nuestra puerta tiene un cartel que dice DIRECTO A LO MÁS ALTO DE LA PIRÁMIDE SOCIAL. Eso tienta. Dan ganas de subirse. El riesgo es grande para alguien que tiene algo que perder.
El día de Malvinas en el control gendarme de Senda Hachada donde la ruta 34 se bifurca con la 81 una Cangoo gris con un sobretecho evidente fue papita pal loro. Hacía cuatro días habían secuestrado de otra Cangoo 52 kilos de cocaína acondicionados en ese mismo espacio. En Aguaray. Ahora eran 45 panes con un peso de casi 39 kilos.
El conductor era el “Paya” Carlos Paez (42), un Oranense conocido rugbier del Club Zenta que para esos días mandaba mensajes a sus amigos que estaba sin trabajo y sin un mango. Un tipo que trabajó mucho tiempo con Monterrubio en obras viales, en venta de equipamientos comerciales, capo en computación, ganado por la desesperación. Lo contrataron de chofer, no era suya la Cangoo cargada.
Sus amigos han hecho un grupo para darle una mano en lo que se pueda. No lo pueden creer. Si te metés en eso o salís a flote o te hundís. Paez se hundió. Se subió al colectivo de los narcos y muy posiblemente hayan sido ellos los que lo entregaron para distraer.
Es una historia aleccionadora si estás pensando en la droga como salida.