“…Es como si lo oliera desde aquí…¿no será que yo tengo en la cabeza el olor de la muerte? ¿no huele así el mundo?…”
Muerte del Cabo Cheo Lopez Ciro Alegría
Los antiguos sicarios eran sigilosos. En medio de la multitud de un peregrinaje o un día festivo te lo arruinaban desenvainando en tu cuerpo una sica, que era un cuchillo pequeño y filoso, que llevaban escondido en sus túnicas. Vos eras una cabecita que desparecía del gentío y el sicario con su mejor cara de boludo uno de los miles que huían espantados con la sangre. Los sicarios de hoy en día son ruidosos. Andan en moto, calzados y te cuecen a balazos lo mismo en una iglesia, en una choripanera, que en la cochinchina. Usan, como sus ancestros, el factor sorpresa. Pum pum rajemos.
El Viernes que cerraba Mayo un interno con régimen de salidas transitorias de la unidad carcelaria 5 de Tartagal volvía con su cuñada en una moto y de un oscuro pasaje le salieron dos motoqueros con casco para tirotearlo. El “Negro” Pablo Cesar Brienza (44) condenado por robo calificado por arma sin peritar estaba a punto de cumplir sus cuatro años. Es oriundo de Buenos Aires. Llegó ensangrentado e inconsciente siendo derivado al San Vicente de Paul de Orán.
Se encuentra en el box 2 de terapia intensiva con respirador. Tiene una bala de grueso calibre en el abdomen y zafó de un shock hipovolémico por lesión de la arteria tributaria mesentérica. Su suerte depende de como reaccione cuando le quiten el oxígeno. Cosa que ocurriría hoy o mañana.
Si fue victima de sicarios deberán esperar para cobrar.