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PIPERO RECIBE TREMENDA CAGADA TRAS ORINARLE LA PUERTA AL VECINO

PIPERO RECIBE TREMENDA CAGADA TRAS ORINARLE LA PUERTA AL VECINO

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El vocablo PIPERO como extensión de pipa y derivado del inexistente verbo PIPEAR podría definirse como “el que pipea”. No hablamos de la pipa de tabaco, la de Popeye, la de Sigmund Freud, la de los inteligentísimos detectives de bigotes parados de la literatura policial clásica, normalmente de madera con el hornito, la cánula y la boquilla, hablamos del cañito metálico que se usa para fumar pasta base, un king size al que le ponés virulana de filtro y te deja ampollas en los labios y, más que nada, en el cerebro, involucionando tu existencia a las acciones de los primates africanos antes de bajarse de los árboles y caminar en dos patas, con perdón de esos viejos antepasados.

En el diccionario de modismos argentinos PIPEAR significa errar, equivocarse, confundirse, por ejemplo, “la re pipié en el examen”. La acepción haría del PIPERO un errabundo confundido, no está mal. En los lugares infectados de Paco el apelativo tiene un sentido descalificador. El adicto a la bazuka no es visto un tipo normal, es una especie de zombie violento al que se le teme. Pasar frente a una junta de piperos de esquina es pasar por una jaula de leones hambrientos con la puerta abierta. Sabés que te van a saltar encima, para manguearte, para robarte, para meterte una punta, para despabilarse el aburrimiento de vivir sin hacer nada. Al vicio. La deplorable tribu tiene su anecdotario.

“Se detuvo a mirarlo un rato. El otro sollozó silenciosamente.
-Yo puedo ver tu vida desde aquí como un cuadro…-continuó Metri-.
Tu padre te trataba con dureza, quizá el pobre quería curarte, endurecerte. Te empeoró…”
La mosca de oro     Jerónimo del Rey

Barrio Caballito. “Al viejo culiáo éste le voy a miar la puerta”, “¡pará viejita! no te flashiés, por ahí tiene un chumbo, algo”. El diálogo es de dos drogones frente a una casa. Están acelerados, ansiosos. Uno pela el pito y larga el chorro amarillo de ofensa. El salpicado es su vecino, un hombre grande, que siente llueve sin llover en su puerta, y no son las aguas menores de los Dioses como creían los griegos sino el orín viñatero del pipero de al lado que lo tiene podrido. El tipo se saca. Es cinturón marrón de Karate. No lo sabe el orinante que lo torea ¡Vení anciano milico y la puta que te parió, te voy a hacer recagar! saltando como un mono. Está a punto de ser objeto de una cagada para que tenga. Termina ovillado en el piso en la condición agónica de sapo a medio explotar con tantas patadas que es un hematoma vivo. Lo salva la Policía, la odiada yuta, alertada por los suyos.

Ahora anda mascullando con el piperaje la forma de vengarse. Rengo, dolorido, raquítico por la droga. Lo van a hacer cagar de nuevo. Y lo bien que está.

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