“Ninguno de los cuatro pasaba de los doce años. Se metían a robar pedazos de plomo para tirarlos con la honda…”
La honda    Ricardo Piglia
Pichanal. La Chicago del noreste salteño. El Martes 8 cerca de las once de la noche una mujer aborda el auto de un remisero amigo, se sube de acompañante, y le pide la lleve a su casa. Va por avenida Guemes. A la altura del Super Blanca frenan por la salida imprevista de otro vehículo. En ese segundo, como en las películas, dos barbijados cuchillo en mano se les meten. Nerviosos piden celulares y plata.

Las victimas, aterradas, dicen que no tienen. La orden es doblar por la Entre Ríos. Llegan al fondo donde reina una oscuridad de perros. Les sacan la llave. Se pone un ladrón en cada ventanilla. El de la mujer la saca de los pelos golpeándole la cabeza. Le cortajea la ropa con su filo para que se ponga boca abajo. De un sablazo le desarma el corpiño.

La hurguetean y le encuentran el celular. Además, del costado de su asiento arrancan unos fajos de plata que ella ha escondido durante el viaje. Los piratas tienen su tesoro: cincuenta y siete mil pesos. “Vamo vamo…!!” dice uno antes de perderse corriendo.

Con la denuncia la Brigada se pone las pilas. Los gansters por suerte son bastante ingenuos. Dejan el chip en el teléfono se sacan fotos y las suben.

Ayer varios efectivos los visitan en sus casas del Justo Juez y el asentamiento del final de Mataderos. Recuperan veintiún mil pesos de los cincuenta y siete más el aparato.

Los autores de lo caratulado robo calificado por el uso de arma blanca tienen 14 y 15 años. Su precocidad los salva, son inimputables. El dinero que falta se lo han gastado en ropa deportiva y zapatillas que nunca llegarán a estrenar porque quedaron secuestradas en la Causa.