“Sentía que si se hubiera tragado dos huevos podridos no se encontraría mejor…”
El terrible caso de Cartman Charmicael y Ray McDonald Marco Lopez Valenzuela
Copado con las delicias gastronómicas latinoamericanas pensé en los chotos uruguayos (nuestra tripa gorda), en las conchas negras del ceviche peruano y en la exquisita cajeta de Celaya (dulce hecho con leche) de Guanajuato Méjico. Al cambio un plato Oranense típico no encontramos.
Para representarnos en los tiempos que corren tenemos los motochorros a la pistola negra o al tramontina con delicadas vueltas de goma. Eso si, son intragables. De normal van dos piezas del mismo sexo con perdón de la palabra o parejas como las antediluvianas machito y hembrita. Son un veneno, lo menos parecido a un manjar, pero chotos son más chotos que la tripa charrúa.
En el último mes el público consumidor de sus andanzas reparó en un casal siniestro cuyo plato fuerte fue reventar el vidrio con una fuerza que el piedrón entró por uno y salió por otro de un Fox estacionado manoteando por el hueco un par de camperas y un asientito de bebé que en el bajo fondo debe cotizarse como cinco pipas y tres porros.
El casal fue filmado. No se los distingue bien. Según la información que nos pasó un cheff de primera línea “deambulan como zombies desesperados buscando al primero que se descuida de sus cosas para robarle y fugarse como un rayo”.
Pueden ser los mismos que estos días le quitaron un Iphone a un comerciante en Arenales y Moreno. Son las delicias que tenemos. Además de la chancaca.