En un establecimiento Penal es indispensable que el monopolio de los conflictos los tengan los presos.
Ellos, por culpa de un mal destino si son inocentes, o por sus propias culpas si son culpables, padecen el confinamiento con los previsibles trastornos. Todo lo que está detrás de los muros queda demasiado lejos y no es posible ejercer sobre el “afuera” ningún control. Eso desespera al más pintado. Encerrado, sufrir neurosis es un signo de salud mental.
Sus cuidadores, o celadores, o guardianes, deben ser capitanes de un barco a punto de zozobrar en la tormenta, evitar los líos, mantenerse calmos, a riesgo de convertirse los penales en ciudades amuralladas de locos. De locos encerrados y de locos sueltos.
No siempre se puede. En la convivencia los guardiacárceles son la descarga de los encarcelados, y viceversa. Nadie queda más cerca para ser el malo de la película, el acaparador de todos las desgracias que nos tocan.

“Y dime a mi todo eso para que me sirviooooo si hay alguien que a perdido aquí seguro soy yooooo
Tu sabes que nunca fue así si quieres buscar un culpable seremos los dooos
Me engañaste
No
Me metiste
Y jugaste conmigo del modo que tu mas querías…”
Me mentiste       Pimpinela

La camaradería dentro del servicio penitenciario se resintió estos días con la denuncia por estafa de un Cabo primero contra un Adjutor mayor, quienes, por un auto, dejaron de ser amigos y se tachan de delincuentes. Todo empezó en Septiembre del 2017 cuando el suboficial Osvaldo Ríos, penitenciario que trabaja en la cocina, le compró un Chevrolet Spin al entonces jefe en la Unidad carcelaria 3 de Orán, adjutor mayor Lucas Esteban Sivila. Pactaron un pago de contado de 140.000 pesos y que siguiera pagando las cuotas del crédito prendario. A la entrega, con una autorización de manejo, Ríos le dió 45.000 pesos y hasta Enero de este año completó 103.500. Todo consta en el acta policial 863/18 del 18 de Marzo y en una ampliación de denuncia en la Fiscalía Penal. ¿Qué pasó?.
Pasó que el 15 de Marzo el Jefe se llevó su camioneta a medio vender, estacionada en el playón del Penal por Rios, que estaba trabajando dentro, ordenando como superior al Guardia del puesto 3 que levantara la barrera. El inferior fue esa noche a la casa de su amigo, a esas alturas ex amigo, con una plata que no le quisieron recibir. Se quedó sin el pan y sin la torta. Dice, en un escrito patrocinado por un abogado, que todo ha sido un plan, un ardid de su jefe (hoy en Tartagal) para estafarlo, para engañarlo en su buena fe. Quiere pagar lo que debe y que le devuelvan la camioneta o, caso contrario, le restituyan lo que pagó.

No tiene papeles pero sí testigos, algunos, compañeros del servicio penitenciario. No vaya a ser que terminen todos en el chancho.