“Soy un fantasma sentándose en la mesa de nadie. Bebo sorbo a sorbo el líquido transparente y amargo de un antiguo dolor…”
Textos fronterizos Santos Vergara
Si existiera la sociedad argentina de protección de culos y otras traiciones debería avocarse de inmediato al estudio de un fantasmal caso Oranense ocurrido en la zona del Cedral. Se sabe que los lugares retirados y oscuros suelen usarse para lides de amor. Parafraseando el título de una vieja película argentina se los llama “Villa Cariño”. Allí automovilistas estacionan en la negrura y con su o sus parejas, héteros, homos, ambidiestros o de otra especie animal, se dan como en la guerra. Es peligroso. Ladrones y degenerados pueden aprovechar como hace poco sucedió en la autopista a la salida de la ciudad donde unos convictos violaron a un chica y hasta, se comenta, hicieron lo propio con el conocido profesional que la acompañaba. Cierta o no la traumática experiencia de alguna forma se equipara con la que protagonizó otro galán que la relata haciendo cruz con el dedo en la boca jurando que no la inventó. Vayamos a sus dichos. Fue en los confines del sur pasando la Isla cerca del canal del Matadero. Viajó en su camioneta con una damisela de ocasión que era un bombón de rechupete.
El calentamiento global y la evaporación de los océanos parecían una brisa templada al lado de la temperatura que había alcanzado el pobre. Tenía duros hasta los pelos de la nariz mirando esa delicia de carne argentina apetecida en el mundo entero. La negra rajaba la tierra. Antes de apagar el motor ya le había metido mano tupido como para ahorrarse cualquier palabrerío de seducción y pasar directamente a los bollos. Se sacaron la ropa a tientas, corrieron el asiento un poco para atrás, metele que no doy más, y se alargaron sobre donde hasta ese momento se sentaban ovillándose en la preparatoria al acople, papito que no se doble. Había un pequeño problema. La chata no tenía aire acondicionado y para no incendiar la cabina con la fricción habían bajado ambas ventanillas. Era tal el relajo que los zancudos pasaban y miraban para otro lado de vergüenza. La guerra había comenzado.
Se sentía el más feliz de los mortales entrando y saliendo con la pelvis en llamas manguereando a lo loco aguantando la presión de los líquidos seminales que hacían falta para apagar tanto fuego y pugnaban dejarlo sin la gloria de aquellos minutos sublimes que no sabía bien si eran el camino de la redención o de la perdición. Estaba culo pa arriba, si se nos permite el crucial detalle, sobre su amante, en el lecho del asiento delantero. De repente el espanto lo sorprendió. No pudo ser más inoportuno.
Fue una mano invisible que entró por la ventana y sintió que cacheteaba sus nalgas peludas cortando de cuajo el amor. El cagazo terrible que se pegó le dejó sin agua la manguera a medio desagotar y lo despegó tan bruscamente que casi se desvencija la cabeza contra el techo de la cabina. El amante perfecto abandonó su léxico meloso y se largó a putear como un descocido. Prendió las luces del vehículo y se bajó en pelotas a buscar un toquetero que jura no estaba por ningún lado. Nada que no fueran tucus tucus había alrededor. Ni un vestigio humano. Asustado se apeó a la camioneta, se miró con la amante divina que tenía la misma cara de miedo que él y salieron arando. No dijeron una sola palabra en el camino de regreso. Ella había escuchado claramente la nalgada y sufrido el coito interruptus. Hubo un silencio glacial en la despedida. ¿Hay más victimas del espectro tocaculos? ¿Son siempre cachetazos o a veces es más punzante? ¿Es un abusador ordinario o un artísta que trabaja con sus manos?. Ha nacido un mito. Que la sociedad protectora de culos mande un especialista por favor.
Reciclaje de historia publicada en edición 339 de Abril del 2013