“Yo había empezado a adivinar, es algo que adivino a veces, que me había elegido para que sufriera. Pero incluso sospechándolo, a veces lo acepto, como si el que me quiere hacer sufrir necesitara desesperadamente que yo sufra…”
La felicidad clandestina Clarice Lispector
El Martes 19 de Noviembre en la Sala I de Juicio de Orán con plantel completo un hombre llegaba acusado de uno de los pecados, o de los comportamientos o acciones humanas si es que uno no cree en las faltas religiosas, más aberrantes de las que pudiera pensarse. Lo acusaban de violar a su hijo adolescente, un hecho atroz, de ser cierto.
Diego Alberto Manuel (39) era la victima ideal para la Justicia. Era pobre e imposibilitado de defenderse de los lenguajes refinados del poder que en unos papeles señalaban que era un ogro siniestro. “Yo nunca le falté el respeto a mi hijo… es mi hijo hasta la vida daría por él”. El chico ya había dicho en cámara gesell que su papá era bueno y nunca le había hecho nada. Aunque eso podía ser fruto de las presiones que había recibido de su familia que son absolutamente nada al lado de las presiones coactivas de la Justicia bajo amenaza de meterte preso.
En la escuela le habían visto unos recurseos en el cuerpo y aterrados lo interrogaron hasta que dijo “mi padre abusa de mí”, bueno, chau, policía, policía, llamen a Kim Jong-un de Corea del norte que le tire unos misiles nucleares al degenerado. A cambio cayó en la Inquisición de género liderada por Soledad Filtrín que con las psicólogas armaron la personalidad de un abusador, que son a criterio de estas chicas licenciadas, todos exactamente iguales de acuerdo a la entrevista de media hora y los fabulosos test proyectivos de personalidad que reíte de Horangel. La supuesta víctima aclaró después que no hablaba de abusos sexuales sino de rigores.
En los alegatos algo raro sucedió. La fiscal que pensábamos iba a pedir veinte años retiró la acusación. Extraordinario. Quizá estaba exultante con su promoción de la captura internacional del cura Zanchetta que es publicidad en todo el mundo y es poder, yo lo voy a agarrar a ese maldito pedófilo y le voy a dar cincuenta años para el regocijo de las plateas mundiales. Ese es un pescado grande.
Manuel es un jornalero, que cosechaba ananá en el río Blanco, tomaba alcohol y su escolaridad había terminado en segundo grado. Nos alegramos mucho por don Manuel y su familia y si este es el principio de una mirada objetiva contra una ideológica en los delitos de género, nos alegramos más.