“Notaba que la enfermedad le iba invadiendo, como el nivel del agua en los cántaros de la fuente…”
Adiós Luciano Egido
La morgue del San Vicente de Paul tiene su historia. Hasta Marzo del 2019 funcionó con los fallecimientos propios y los violentos o dudosos que la Justicia necesitaba someter a autopsia o pericia.
Ese doble tránsito era problemático. El lugar no brillaba ni mucho menos.
Inaugurada la morgue Judicial mejoró. Menos movimiento.
Para almacenar cadáveres refrigerados hay cuatro plazas o bandejas aunque una normalmente es para neonatos, fetos o producto de amputaciones.
El plantel de morgueros llegó a estar desierto, entre enfermedades, licencias y jubilaciones. Hoy hay ocho personas, siete nuevas y un experimentado. Todos tienen que cumplir las normas de la pandemia en cuanto al manejo de los fallecidos.
A fines de Julio les llegó la primera victima Covid de Colonia Santa Rosa y de allí el trabajo fue continuo. En caso de accidentes con muchas victimas los cuerpos se dejaban tapados fuera del recinto.
Aunque, nunca, aseguran, tuvieron los nueve o diez muertos diarios de Septiembre. Como depósito habilitaron un salón de unos cinco por siete metros a la salida al playón que usaban para papeles y eventualmente cajones. Entran veinte llegaron a disponer dieciséis.
Deben tener una envoltura doble, una bolsa sanitaria estanca sobre la negra plástica. Hay un sector Covid hermético en los cementerios para el entierro que debe ser a dos metros y medio de profundidad.
Según el protocolo del ministerio de salud nacional las medidas de bioseguridad deben ser rigurosas con botas hasta la rodilla y máscara facial de cara completa. De los ocho morgueros que cubren las guardias cuatro contrajeron coronavirus. Por suerte lo vencieron.
No es un trabajo lindo ni muy reconocido. Imprescindible en estos tiempos de pesadilla.