“El abuelo, desde su mirador, reconoció la silueta del enemigo. Se atrincheró detrás de la ventana, aprontó el arma y clavó la mirada en el corazón de piedra del verdugo…”
La muerte viaja a caballo Ednodio Quintero
Es fama la del pueblo argentino con paisajes de montaña soñados al que se llega por Bolivia. Vas para Tarija y entrás por la Mamora.
Pocos resisten a enamorarse de Los Toldos y su bello entramado natural y cultural. Fundido lo boliviano y lo argentino la comunidad crece interactuando la gente ancestral de sus parajes y la criolla con sus cultivos y sus animales. A pocos kilómetros, en el Lipeo, en el Huayco, en el Arazay, en Pucallpa que en quichua quiere decir “tierra roja” el valle entre las montañas con su toldo de nubes se hace espléndido.
Sin embargo tanta belleza no apaga las pasiones ni los dramas humanos. Están en las luchas de los Toldeños por un camino, por un puente, por la propiedad de las tierras y en los no pocos hechos de sangre que los últimos años han ocurrido. En el Arazay a cinco kilómetros del destacamento policial está aún carne viva la pelea entre hermanos del 18 de diciembre pasado en la que resultó muerto Federico Ruiz (35) a manos de Guillermo (39).
Vecino del mismo lugar era un hombre de 72 años, sordomudo y con discapacidad mental que vivía solo. Sus familiares contaron en una denuncia que a fines de Junio empezó a sentirse mal. Lo llevaron al centro de salud hasta que el primero fue derivado a Orán luego que le detectaran mediante una radiografía un objeto en el estómago.
El Viernes tres le extrajeron un hierro oxidado de 25 centímetros de largo, una especie de bulón, dicen, ingresado por el ano. Fué enviado de vuelta a Los Toldos con reposo domiciliario y al día siguiente murió.
Los suyos piden un autopsia para saber las verdaderas causas sospechando una mala praxis de los médicos que lo atendieron en Orán. El GAP se hizo cargo y ha enviado o enviará una Comisión del CIF a realizar la pericia ante la imposibilidad de trasladar el cadáver. Según sus hermanos el septuagenario no recibía visitas y se hacía entender por señas y gestos.
