“Y cuando mi balsa esté lista partiré hacia la locura…”
La Balsa Nebbia/ Iglesias
El control y explotación de los playones de carga y descarga del contrabando bagayero que circunvala el puesto 28 de gendarmería ha suscitado no poca violencia. Se compite bajo la ley del más fuerte. Siendo una actividad ilegal no van a estar llamando a la Policía o a un escribano público.
Las mejicaneadas o los robos son gajes del oficio y la seguridad privada del trayecto la cubren convictos pesados con frondosa historia carcelaria. Leones cuidando ovejas. Así las cosas para Enero del año pasado una patrona con siete lonas o cajas de camperas llegaba al portón viejo en una Cangoo para hacer transbordo y retirar pasando el 28.
Un tipos con la cara tapada, entre quince y veinte, haciendo tiros le afanaban la carga y se perdían por los espesos montes cercanos. La mujer pedía ayuda a la Policía de Aguas Blancas. En uno de los playones detenían al “Ale” Alejandro Daniel Mamaní (25) de barrio Guemes, lonero del sector, con tres o cuatro camperas.
Las victimas habían reconocido a otro de los ladrones, el “Michi” Martín Raúl Tarema (29) del Libertad al que iban a detener luego de un tiempo y un oficial decía que otro era Victor Abel Canizza (37) fichado por haber cumplido tres condenas en la cárcel por homicidio y robos calificados. Con ese prontuario era el encargado de la “Seguridad” en los playones.
Los tres llegaron a Juicio en la Sala I con una imputación de robo calificado etcétera etcétera. Arrastraban una larga preventiva. El único que habló fue Mamaní. Dijo que no perdieran tiempo, que no había sido pero se hacía cargo para que dicten la condena rápido, cumplirla y salir. Lo exasperaba esa función con final cantado. Si igual nos van a condenar ¿qué no?.
Tarema, decían, era el de ojos verdes al que se le había caído la capucha, Canizza había caído por su pasado. El debate a cargo del Juez Laurenci se extendió del 3 al 11 del mes. La sentencia dejó a los tres en libertad.
El único condenado fue Mamaní por las camperas a un año y nueve meses por encubrimiento. Se los dieron cumplidos. “¿A usted le secuestraron algo de los bolsillos?” le habían preguntado en la primer audiencia. ¡No tenía ni un pochoclo en el bolsillo! contestó.