“-Alteza -dijo el mariscal-, sería lamentado; pero estaría muerto. Sería divinizado; pero estaría muerto. De los actos que anhela ejecutar, no ejecutaría uno solo. Todo lo que hace ahora, cesaría para siempre. La muerte es un hecho irrefutable, y me gustan los hechos…”
Los tres jinetes del Apocalipsis G. K. Chesterton
La Chicago argentina es Rosario de Santa Fé. No le vamos a andar quitando méritos. A doscientos homicidios anuales no vamos a llegar. Las condiciones, sin embargo, vinculadas a un submundo del hampa que maneja la guita de la droga y los negocios prohibidos, se parecen. Somos la Chicago de la frontera con profusión de Al Capones mensajeando muerte en la Ley Seca del alcohol en los Estados Unidos de la tercera década del siglo pasado que en el 2018 es nuestra Ley Seca de la cocaína y la marihuana de cuya ruta formamos parte. Para no hablar del contrabando de sapitos que viene pisando fuerte. Paralelo al Código Penal que se aplica a todos los ciudadanos por igual y perdón si sale un poco corrida la letra pero me agarró un ataque de risa, corre el personalísimo de los criminales. No consta de artículos, secciones o incisos, es más elemental, me jodés de alguna manera y te cago matando. Puede ser por sicarios, por alcahuetes o por mano propia. A veces estoy bueno, estoy pedagogo, y solo te doy una lección para que aprendas, te mato un perro, te secuestro un hijo o te meto una cagada hasta dejarte mormoso. Si, a veces soy así, un filántropo.
Pasada la medianoche ya Domingo 16 de Diciembre una mujer se presentó en la Subcomisaría 9 de Julio para denunciar que a su hermano lo habían secuestrado unos desconocidos en un auto blanco.
La victima era un ex convicto apodado Tito o “Gallo negro” de nombre Ramón Saracho del 17 de Octubre. Entrevistada la concubina dijo que tres tipos en el auto con chalecos de policía federal y pistolas se lo habían llevado. Luego agregó que pensaba que era un ajuste de cuentas porque tenía problemas con narcos. Encajaba con la información que ninguna dependencia de Drogas ni nacional ni provincial lo había detenido.
A la mañana ingresó al Hospital Vicente Arroyabe de Pichanal con cortes en la cabeza y el cuerpo, a más de golpes, compatibles con tortura. Por supuesto no quiso hacer denuncia. Ni que interviniera la Policía.
Saracho estaba siendo investigado por robos de motos grandes. Pudo haberse enganchado en otro rubro. Con la mafia sicaria de la droga en Orán. La de los titulares de los diarios. Esos no te la perdonan.