Supo ser, en los buenos tiempos, un entusiasta agente sanitario que recorría ora el barrio Maravillas, ora el San Francisco, ora el Güemes, haciendo prevención de la salud casa por casa. La tarea profesional de Victor Armando Canizza fue reconocida en su momento con la salvedad de un vicio por la bebida que iría minando sus calificaciones e hipotecando su futuro. Las presiones de un trabajo difícil y de tanta responsabilidad no ayudaban para una adicción que amenazaba hundirlo. “Si sigue así este tipo va a terminar mal…” empezaron a vaticinar. Al cabo de algunas temporadas terminó internado, como un loco más de número, en el neuropsiquiátrico de Salta donde trataban de controlarle el delirium provocado por el demasiado alcohol en la sangre. De allí salió con una jubilación por incapacidad, desintoxicado y sobrio por unos cuantos días. Con tiempo libre y plata mensual volvería a caer. Sumando a la bebida un ambiente de putas que hicieron de su casa el lupanar de calle Sarmiento y Uriburu y de su esquina la parada nocturna más conocida de Orán para los gustosos de sexo pago. Y pronto se desdibujó ese morrudito simpático que era por ese otro borracho agresivo e impredecible sumido de lleno en una vida disipada que a ningún buen lugar podía llevarlo.
Así, el Negro empezó a aparecer seguido en esta revista y en los expedientes Penales de los Juzgados. Cuando una prostituta lo acusó de haberla querido matar con un cuchillo, otra de haberla hecho atropellar con un camión y una tercera de haberle robado la plata. En fin. Todo en un entorno cada vez más oscuro imperceptible por la bebida. Rodeado de ladrones, convictos, y cafiolos que cuando no se agarraban a tiros, se entreveraban a chuzasos o, sencillamente, se molían a palos. La violencia era cotidiana a su alrededor. Canizza pasó de ser querido a ser temido. Entraba a la cárcel, salía, y embadurnaba en su desquicio a los parientes, uno de los cuales, menor de edad y a su cuidado, cayó preso por el asesinato a golpes de una callejera en una obra en construcción a dos cuadras de su casa.
En el 2001 le llegaba la hora anunciada de caer MÁS BAJO IMPOSIBLE, al ser imputado, junto a tres picheros, de la muerte de “Yola”, otra mujer de la calle hallada estrangulada y con vidrios metidos en la vagina y el ano en un baldío, también a dos cuadras del aguantadero en que se había convertido su casa. El encierro le duró cuatro meses hasta que el entonces Juez Fuentes Mayorga sacó la varita mágica y le otorgó la libertad por falta de pruebas.
De aquel crimen zafó pero del destino que el vicio le cantaba, no.
En Noviembre del 2003 aparecía muerto a cuchillazos Maximo Mansilla (50), en otro terreno esta vez a cuadra y media de su casa. Pasaje Lerma y 20 de Febrero. Era un peón que venía a Orán cuando cobraba para despilfarrar el sueldo en chupa y mujeres.
De la puerta del ex APS levantaban a una mujer desmayada de borracha, con sangre en las ropas, que era sordomuda y pichera, ex trabajadora sexual, quien con su testimonio gestual convencería a la Policía y a la Justicia de que Canizza era el asesino.
“Resolví consultar un médico, pero no me atreví; temiendo que insistiera en internarme. No estaba loco, salvo en lo concerniente a mis manías pasajeras, y, como todas habían sido de corta duración, lloraba de rodillas pidiéndole a Dios en largas noches de insomnio que esta horrible y culminante prueba pasara y dejara lugar a alucinaciones menos terribles y menos peligrosas para mis semejantes…”
El ananá de hierro Eden Phillpotts
Los párrafos precedentes con una semblanza de Canizza los escribimos y publicamos en la edición 192 de Marzo del 2006. Eran preludio del Juicio en el que lo condenaron a nueve años de prisión por homicidio simple. Una vez egresado del ostracismo su vieja casa se transformó en un comedor y él en un ex convicto regenerado. Quizá tuvo que ver que regenerado y degenerado son palabras homófonas lo cierto que el Domingo 29 de Octubre del año pasado a sus 58 años lo detenían junto a su pareja Galdys del Carmen Villalba (39) acusados ambos de la violación de una adolescente de 13 años que habían levantado en la moto del Taranto para una fiesta de la que participó un tercero identificado luego como el “Pata” Miguel Angel Sucre (36), amigo y sereno del dueño de casa.
Los tres llegaban a Juicio el Martes 6 de Noviembre en la Sala II representada por el Juez Fabian Fayos.
El Miércoles la madre de la victima contaba lo que ella le contó. Que la Gladys la había hecho subir en la moto, que fueron a la casa del hombre, le dieron gaseosa, que se sintió mal (piensa que la empastillaron) y a medio desvanecer “pasó lo que tenía que pasarle” graficó, enigmática, la señora. Sobre los hábitos de la chica usó la frase “se echó a perder” al juntarse con adictas, exponiendo la causa “yo me descuidé de mi hija porque mi marido estaba muy enfermo”. Sobre sus novios adictos no quiso hablar. Dijo que hoy vive en Morillo y confirmó que al momento del hecho tenía 13 años. Que quedó muy mal.
Luego desfilaron parientes de Sucre, pedidos por la defensa, que fueron peinaditos a decir que el Sábado había comido con ellos y luego se había acostado y le habían cantado el arroró. Les salió el tiro por la culata. Las contradicciones del relato más jugaron a favor de su culpabilidad que otra cosa. Lo habían detenido, por otro lado, en la casa de Canizza. Está prevista la próxima audiencia para el Jueves 15. ¿El otrora querido agente sanitario empeorará de asesino a violador?. ¿Hasta dónde puede caer uno con el vicio de la bebida y la droga?. MÁS BAJO IMPOSIBLE.