“No te des vuelta mi amor…” le advirtió con una voz aterciopelada de mujer. En el aire se mezclaban los aromas dulces de colonia barata con los agrios del sudor de una cabalgata de amores pactada entre un travesti y un fornido camionero que acababa de dar cuenta de su virilidad de toro bravo en la arena de un hotel del Cruce con una arremetida de taladro contra unos glúteos engordados a silicona apenas envueltos en una bombachita roja que funcionó como una capa de torero levantada a tiempo para concretar el acople. Y sus testículos bamboleando le sonaron a campanas de gloria en la fiesta carnal dada en llamar “Fantasía” que al módico precio de cien pesos convenía esos primeros momentos de macho desenfrenado. La segunda parte de la “fantasía” era una sorpresa. “Ahora date vuelta y ponete vos como un caballito!!” escuchó mareado por el frenesí de una eyaculación en torrente y los sones románticos de Franco de Vita y Alejandra Guzman en Tan solo tú vibrando en la habitación. “…Tú me das las cosas que yo quiero cuando menos me lo espero…” fue el último párrafo de la letra que le prestó atención. Resultó premonitorio. Desoyendo la advertencia giró la cabeza y se la vió venir.

Detrás estaba la amante perfecta de minutos antes con su bucles de reina, sus labios de rubí, sus ojos de gata, sus pechos de miel, sus gestos virginales dibujados en un beso al aire que le sopló con el acompañamiento de su mano abierta, más el detalle incongruente de un tronco diríase de algarrobo añejo, duro, largo y grueso, que le salía de entre sus piernas de bailarina directo hacia sus íntimas salidas de emergencia dispuestas para recibir con un abrete sésamo el embate de ese elemento derriba puertas empujado por Ali Babá y los cuarenta ladrones. En un segundo su cara se agrietó hasta una textura de pasa de uva y se le enrularon los pelos del pecho de dolor y ensayó un grito de sansón herido que contra su voluntad le salió ridículamente pifiado más cerca de el de una princesa gritando socorro en la torre del castillo. Lágrimas tardías le explotaron de sus ojos de huevo y si no se le volaron las chapas en los empellones fue porque ya era calvo el buen hombre transformado por obra y gracia de un pacto sexual en una mala mujer soportando una avalancha en su trasero usado hasta ese nada glamoroso instante para normales contingencias evacuatorias.

La segunda parte del servicio concluyó con un “espero que lo hayas disfrutado amor” que el rudo transportista no respondió. Le salía humo de la cola pobre. Mascullando rabia miraba la televisión. Mostraban la construcción de un túnel atravesando una montaña que horadaban con formidables máquinas. “Como la de este hijo de puta…” ironizaba. En su imaginación atribulada él era la montaña. Al levantarse y notar sangre en las sábanas se puso como loco. “Me hiciste mierda puto asqueroso” le gritaba al que minutos antes había amado locamente. En el hospital le diagnosticaron dos desgarros en el anillo esfinterial y le dieron una pomada y unas pastillas. No le preguntaron nada sobre las lesiones pero detrás de bambalinas nadie quiso perderse la historia del camionero pelado y grandote con el culo roto dicho esto sin las amalgamas de la literatura. Muchos lo vieron por las ventanas salir de la Guardia caminando con las patas medio abiertas de paspado, subirse a la cabina del camión en medio de gestos de dolor e irse manejando de parado. En la radio justo estaba terminando el tema de De Vita “…Pero es imposible ya lo sé, perdóname…Oh uh perdonaméeeee…”