1997. Buenos Aires. Calle Freyre. Hotel de la Rue. Jueves 27 de Marzo (Jueves Santo), seis y veinte de la madrugada. En la pieza 15 se escuchan gritos, histéricos primero, desgarradores después. El sereno no se anima a intervenir, está asustado y llama a la Policía. Rápidamente llega una patrulla. Los gritos han cesado pero todavía se escuchan ruidos. Pistola en mano los Policías se acercan. “Es el cuarto de Carolina…” dice el sereno. Bajo la puerta con el número quince se advierte un hilo de agua rojiza. Cuando los agentes irrumpen un hombre ensangrentado trata inútilmente de huir por una ventana que da a un patio interno del hotel. En el piso Carolina se enfrenta a las urgencias de la muerte con varias puñaladas en el cuerpo. Hay signos de lucha, la habitación es un solo desorden, una muñeca salpicada de monedas ha sido testigo inanimado de la pelea. Actúa la seccional 37 del barrio de Colegiales. El asesino es internado en el hospital Pirovano, tiene una herida profunda cerca del cuello. Es de baja estatura, morrudo y de ojos verdes, se llama Fernando Merlo. La gente del hotel no lo conoce. Dicen que nunca lo vieron con la victima.
El arma que usó es un cuchillo tramontina con el que apuñaló tres veces en la espalda, una en el cráneo y otra en el cuello a Carolina.
Todos saben que Carolina escondía, detrás de sus espectaculares formas de mujer, a una travesti. Trabajaba de alternadora y prostituta en un cabaret homosexual de Palermo. Jamás llevaba a sus clientes al hotel donde vivía. La Causa por homicidio se inscribe con el número 677 en la secretaría 143 del Juzgado del Crimen 15 a cargo del Juez Ricardo Farias. El Sábado, Crónica publica en el diario y en tv un titular que dice: Gays apuñalados- uno murió y otro agoniza- Hetitor y Fernando. Al día siguiente en el diario Popular la información aparece con menos errores. Mientras se recupera de la heridas el homicida cambia su primer declaración, donde confesaba la autoría del crimen, y aduce no acordarse lo sucedido.
Los datos de la victima constan en el Juzgado…Nombre: Héctor Ramón Gimenez. Edad: 27 años. Nacionalidad: argentino. Nacido en el Ingenio San Martín del Tabacal, departamento Orán, provincia de Salta. Sexo… Otros: conocido popularmente en Salta bajo el seudónimo de Pilín.
1970. Salta. Hipólito Yrigoyen. Nace Pilín, su madre, Carmen Rosa, morirá muy joven a los 28 años. Su padre, Leopoldo Gimenez no se hará cargo del pequeño. La abuela materna, Nelly Justa Campos, será la encargada de criarlo. Sus tendencias sexuales se manifiestan de niño, aunque se definirán después de los 18 años al completar el secundario en el colegio 91 del Ingenio. Pilín se escapaba de las chicas “…¿qué te pasa?…no tenés que ser así”. Los consejos eran siempre cariñosos y jamás fue rechazado por sus inclinaciones y sus modos, cada vez más femeninos. Era de muchos amigos y mantenía una pasión entrañable por su abuela madre.
Comienza a viajar regularmente a Buenos Aires y abandona para siempre su aspecto masculino. Las hormonas y siliconas le proporcionan pechos, glúteos y piernas de mujer. También se opera los pómulos y se retoca la nariz. Hace modelaje. Reniega porque quiere ser la mejor. El premio llega en el 95 cuando es elegido Reina nacional de los travestis, compitiendo con todas las “chicas” del sur.
Pilín nunca se olvidó ni de su gente ni de su pueblo. Llegaba con tres bolsos de ropa exclusiva, comprada en boutiques porteñas, y las repartía entre sus “amigas”. Amaba la ropa cara y original. Hasta tenía un vestido de lata que alguna vez le trajo un travesti norteamericano.
A pesar de ser muy reservado en su intimidad un día confesó riendo que el kiosko Pilín que está en Salta cerca de la terminal, se llama así porque el dueño fue cliente suyo, y lo homenajeó con el nombre de su negocio. En Buenos Aires algunos conocían a su pareja estable: un militar retirado de más de 50 años, cabeza blanca, con mucha plata, que vivía con su madre en el barrio de Belgrano. Se llama Daniel Osuna, era el único que entraba a su pieza de hotel. Desde el crimen no se lo vio más.
Todos los años, para las fiestas, Pilín venía al norte. No perdía oportunidad de mostrarse en los boliches. Entraba e iba directo a la pista. Decía que le hacía un favor a la gente con su espectáculo. Bailaba sola, en pareja, con muchos. Ocupaba el centro de la escena y no lo abandonaba en toda la noche. Era incansable y sus movimientos terminaban sumando a todos. En Yrigoyen, de madrugada, la policía la acercaba hasta su casa donde curaba el cansancio compartiendo la cama con su madre Justa.
Este año se despidió de ella el 10 de Enero, ya no volverían a verse…
“…En Buenos Aires siempre tengo miedo, es muy peligroso”, decía. Y era tan fuerte esa idea que todos los años, en Yrigoyen, lo daban por muerto. Entonces llegaba y preguntaba ¿Así que estoy muerto? y montado en un ciclomotor se hacía ver por todo el pueblo. La muerte era entonces una burla “si me muero yo ¿qué van a comer los gusanos si soy pura silicona?”.
Cuando su sobrina le tiró las cartas y salió que iba a tener una vida muy corta no se rió. Dijo que no se quería morir, que le daba miedo, ¿qué va a ser de mi mamá?. Se acordaba que también su madre biológica murió muy joven y se asustaba. Salía de las depresiones mirando dibujos animados por televisión, a veces se pasaba horas frente a la pantalla. Medio en broma y medio en serio decía que no le gustaban los negros porque en la oscuridad no se distinguen. Era devoto de San Jorge y frente a las imágenes católicas se persignaba tres veces, siempre tres veces.
Para ser completamente mujer le faltaba una operación que transformara sus genitales masculinos en femeninos. Juntaba plata y esperaba hacerlo para fin de año.
Cerca de la conclusión trágica de su vida hay una mezcla de alegrías y malos presentimientos. Estaba muy contento con el teléfono celular que le habían entregado, se lo contó a su tía Teresa Bolivar que vivía en el gran Buenos Aires. Preparaba un viaje a Yrigoyen para el casamiento de su sobrina. Dos día antes de la tragedia habló con ella, le preguntó qué queria que le regalara y le confirmó “voy a ir con otra loca para arreglarte todo…”. El viaje no se realizó y la boda tampoco.
Por esos días citó en su pieza a la hija de su tía bonaerense. Le dijo: “Mirá Lucrecia, si me pasa algo vos vas a ser la única que vas a saber donde guardo la plata”. Una semana después su tío Héctor Bolivar viajaba de Yrigoyen a Buenos Aires para reconocer el cuerpo apuñalado de su sobrina.
En la pieza quedó Gimena, una muñeca que Pilín decía que le traía suerte. El ritual era cambiar cien pesos en monedas y bañarla con ellas. Así estaba el día del final.
“Un día estaré muerto
será un día cualquiera, uno de tantos.
Y mi nombre en tu vida, poco a poco,
será un eco lejano…”
Un día estaré muerto Manuel J Castilla
Entre autopsia, peritajes y recaudos legales, pasaron más de 15 días para que el cuerpo de Héctor Ramón Gimenez, popularmente Pilín, llegaba a su pueblo. El 15 de Abril se realizó el velatorio a cajón cerrado que concluyó en el cementerio de Orán al día siguiente. Los familiares y amigos todavía no lo pueden creer. Hablan de asalto y no de crimen pasional. La Causa continúa en Buenos Aires, el asesino está alojado en la cárcel de Caseros. Agradecen a la Casa de Salta en la capital y al gobierno provincial por hacerse cargo de todos los gastos del traslado y del funeral.
Hablan de una persona muy agradable y especial que eligió una manera de vivir sobre la que nunca tuvo dudas. “…¿Qué soy yo? yo soy una mujer y siempre lo seré…”.