“-¿Necesitas dinero? -preguntó riendo-. Pues yo lo tengo. ¡Mira!…”
Georgie Porgie Rudyard Kipling
Una chica de 17 años sentada en la plaza Pizarro. Es Lunes 12 de Abril. Un hombre medio rechoncho, morocho, petiso, con una mochila bordó y gorra blanca, se le acerca, amable. Entablan conversación.
Le pregunta sin sabe de alguna amiga que quiera trabajar, él es abogado de la defensoría de menores, le dice, y busca para que le cuiden sus hijos. Yo necesito trabajo, contesta ella. El “abogado” la toma enseguida. Empezás hoy o mañana pero vení ahora a conocer la casa.
Caminan tres cuadras por la Hipólito Yrigoyen y entran en una casa vacía. La chica se asusta. Me quiero ir, dice. El “abogado” le responde con una piña en la cara, la tira sobre una cama, le baja las calzas, y la accede vaginalmente. En el momento que se cambia de ropa la victima escapa corriendo.
Con esta historia en mano, caratulada abuso sexual con acceso carnal, la Brigada llega a un convicto de la zona de nombre Hernán Gonzalo Cruz de 42 años, grabado por las cámaras de seguridad en la plaza y con la misma ropa e igual fisonomía que la descripta por la chica. No es un abogado, es un delincuente conocido. El Martes fue detenido.