“Mariana Ruiz” lucía una envergadura física considerable que los afeites, las pinturas y las hormonas no disimulaban. Su oficio de Travesti prostituta tanto le exigía femineidad como guapeza. Sobrevivir a mil noches de borrachos, malevos y tahures no debe haber sido fácil y un carácter que con la bebida metía miedo de seguro la ayudó.
Su nombre legal era Jose Daniel Aricuri, su edad 33 años y su barrio el Malvinas. Desde los catorce hacía la calle con puntualidad de empleado y una obsesividad, propia de muchos homosexuales, que le dictaba llevar un cuaderno con los nombres y dirección de cada uno de los tipos con los que tenía relaciones. Una agenda de amores que era al mismo tiempo un libro de contabilidad.
Pero en su fuerza, famosamente, estaba su debilidad. Hacerse valer a piñas, sacar una hombría inconcebible escondida detrás de unos pechos englobados y unos glúteos de siliconas que resaltaba con una breve minifalda, generaban odios y enemigos. Incontables veces la amenazaron que la iban a matar. Para fines de Febrero, alguien cumplió.
Marzo se inauguró un Sábado de bocas abiertas de los chicos que encontraron, yendo a buscar choros para pescar en calle Alvarado pasando las casas del fondo, ese cuerpo inchado y maloliente que por su ropa parecía de mujer, tirado en una zanja acuosa.
Unos cuatro días llevaba en el más allá. Se advertía entre los pliegues que el proceso de putrefacción dibujaba en su ennegrecida cabeza rastros de machetazos. La habían matado, sin dudas. Uno de los sablazos, unos treinta se indicó, o quizá un garrotazo de gracia, a saber del médico legal Pastrana venido de Salta, le produjo un traumatismo encéfalo craneano que derivó en un paro mortal.