Dos siluetas cruzan las setenta viviendas. Una lleva una enorme bolsa negra al hombro. Es el cadáver de Javier Retamozo.

Cuando están por entrar al monte los faros de un auto enceguecen a “Chorizo” y espantan a su compañero. Apremiado por las circunstancias este arroja el cadáver mal enfundado al canal de agua que ataja la maleza. El vehículo sigue de largo y el asesino se apura a recuperar lo que queda de su víctima. El cuerpo, que flota atascado en unas ramas, es tomado del cuero cabelludo y levantado con la fuerza de la impunidad. Unos metros, monte adentro, lo cuelgan de un árbol con una de las cintas plásticas y dejan la camisa en un costado como testimonio del último acto de un suicida. Pero Gallardo no está del todo conforme con la escena que ha preparado. “Vamos a buscar alcohol y lo quememos”, dice. Su cómplice se niega. La culpa y el asco ya empiezan a cercarlo y todo lo que quiere es irse lo más rápido posible.

Uno de los jóvenes detenidos aseguró que al día siguiente del crimen Gallardo lo visitó y el dijo textualmente: “me plumié un trolo”.

NOTA Gallardo fue condenado en Octubre del 2002 a 14 años de prisión, los Jueces de la Cámara del crimen sacaron la alevosía tal como venía calificado el homicidio. Edición papel 117.