Aquel que quiera tratar de entender los tremendos hechos ocurridos en el barrio Los Jesuitas de Colonia Santa Rosa en Abril del 2000 deberá remontarse varios años atrás de esa fecha. El cuadro de situación del crimen era el de dos familias cuyas casas colindaban por los fondos. A una, los Retamozo, pertenecía Javier Luis quien resultaría la víctima. A la otra, los Gallardo, el que terminaría matándolo cruelmente, Roberto Francisco. En parte se habían criado juntos. Javier le llevaba nueve años pero con el correr del tiempo fue su personalidad aniñada, el apego a su madre y una adolescencia sin brusquedades varoniles lo que acortó la diferencia. Es que detrás de su figura masculina vivía un espíritu de mujer y no le interesaba ocultar su pasión por los de su mismo sexo. Francisco tenía entre sus pares una fama de loquito y desaforado. Con unos vinos es capaz de cualquier cosa, decían, aunque ni se imaginaran cuan lejos podía llegar.

La historia comienza la noche del Sábado 8 de Abril cuando unos muchachos del colegio Lacroce planifican un asado en lo de un compañero que vive solo, de apellido Gallardo. En el camino se encuentran con Javier y Juan Carlos, los conocen porque casi todos son compañeros de una hermana del primero. La joda va a ser a la vuelta de su casa. Los invitan. Nadie ignora que ambos son homosexuales. El asado no llega a concretarse pero la reunión prospera a pura cerveza. En un par de horas varios mareados comienzan a caldear el ambiente con chistes demasiado pesados.

Hay un grosero desnudo masculino y la amenaza, a punta de cintarazos, de satisfacer urgencias sexuales con el que venga. Alfaro siente que la cosa se puede poner fea y escapa por la ventana.
los estudiantes deciden mejorar la cosa en el boliche. Se van. En la casa quedan Gallardo y Retamozo. El menor “Chorizo” no sigue al grupo y queda tomando cerveza en la plaza. La mala idea de volver se le cruza por la cabeza. Regresa. Cuando llega está todo oscuro. Le llama la atención. Movido por la curiosidad empuja la puerta. Se abre con un crujido que no solo lo sobresalta a él sino a los que están adentro. Desnudos, en la cama, Francisco y Javier son dos piezas encastradas por una pasión invertida.

Gallardo le grita que espere afuera. Con un excitado tono de mujer Javier le promete que también va a haber para él. Al rato el dueño de casa sale. Ya se ha vestido pero se lo ve de un siniestro humor. Le dice “yo lo voy a matar al trolo este…”. “Y…matalo”, le contesta el joven.

Buscan unas cintas de plástico para embalar cajas. Juntan tres para hacerlas más fuertes y se acercan al exhausto pederasta. Se las pasan por debajo de la cabeza y mediante un nudo corredizo comienzan un macabro juego de muerte. Gallardo tira de las cintas con un fuerza que no es de chiste. Quizás Retamozo alcance a advertirlo pero ya es tarde. En minutos queda despatarrado y sin señales de vida.

“Ha muerto”. Piensan los precoces asesinos. Parece no respirar. Gallardo quiere buscar una bolsa grande para poderlo tirar en algún lado. Su cómplice lo sigue. Salen. Al volver el “muerto” ha revivido. No le alcanzan las fuerzas ni para hablar pero trata de incorporarse. Sufre un último ensañamiento feroz. El asesino tensiona las tiras de tal manera que se le clavan en el cuello. Chorrea sangre. No hay compasión. Su último amante le rodea la cabeza y casi le da una vuelta completa con un tirón terrible. El ruido de hueso quebrado los aturde de una manera distinta que los decibeles de la música Ahora si. Javier ya no podrá resucitar.