“Y sepan cuantos escuchan
De mis penas el relato,
Que nunca peleo ni mato
Sino por necesidá,
Y que a tanta alversidá
Solo me arrojó el mal trato…”
Martín Fierro José Hernandez

Las gotas de sudor que caían por la cara del chaqueño se hacían barro mezcladas con la tierra que traía puesta de la Cañada en el Ocultar para adentro cerca del Pueblo de la Unión. Acababa de entrar a la Policía con un talante de gaucho en falta. “Vengo a denunciá” afirmaba sin entusiasmo. Tenía la carabina humeante en la mano. ¿Y a quién viene a denunciá? le preguntaba el jefe de la dependencia. “¡A mí!!” contestaba seguro el apenado.
“¿Quiá pasao…?”. “La… me ha carnereao y la he baleado no sé si la i´muerto” era el santo y seña que ponía en movimiento a los azules no fuera a sé tuvieran un cadáver en el monte. El hombre que se había denunciado a si mismo vivía en los pajonales últimos entre tuscas y guayacanes con sus vaquitas y hete aquí que ya hace 10 años se había separado de la mujer. Dormían en cuartos separados. En ranchos separados, mejor dicho, dentro del mismo predio.

Al paisano que se había denunciado a si mismo se le calentó la testa que su ex china hoy una señora cuarentona le ponía unos cuernos de cebú. La noche de la balacera lo vino venir al gorriador haciéndose la vizcacha y vió su sombra entrando al aposento de su ex que sería su ex pero que no iba a permitir fuera la de nadie y mucho menos de ese pendejo hijo de puta que conocía y era de un puesto vecino y se fue rifle en mano dejando un reguero de gotas de odio y de sudor y con el corazón en la mano los pilló montados en el encanto de los amores clandestinos y en plena cabalgata triunfal tronaron sus cuetes y los dos huyeron pilas por el monte con los culos iluminados por los fuegos artificiales de las balas.
La Policía encontró al chango herido en la pierna. “Yo solo me he baleao” declaró. De la mujer certificaron que había salido ilesa. Por un tiempo, creemos, no le convendría volver. Eso si el tipo después de matarla va a i´a denunciase.