“Caminamos así, en la noche y el misterio, en el horror y la fatalidad, sin que yo pudiera hacer nada para oponerme…”
Fin    Edmundo Valadés
Hubo un culpable y un inocente de los dos changos juzgados por la muerte del “Monochori” Hernán Castillo (30) hace dos años en los fondos de barrio Estación. Julio César Flores (22) era sentenciado a última hora de la tarde por el Juez Raúl Lopez a diez años de prisión y costas como autor de homicidio simple.

Había llegado a Juicio con el delito agravado por la participación de un menor, a saber su primo el “Nacho” Cardozo, de 17 años al momento del hecho. Absuelto Cardozo la calificación se cayó. Un testigo en la fanfarria de amanecidos y machados a la salida de una fiesta había asegurado haberlo visto pasando el cuchillo con el que su primo ultimó a Castillo. La prueba naufragó en el debate, nadie vió semejante cosa, apenas era uno de los mil comentarios histéricos aquella madrugada.

Por otra parte Flores había confesado en su declaración judicial ser el homicida y que el arma era suya portada para picar hielo en la chupa nocturna de la puerta de su casa. Juraba que el Coya lo atacó como hacía cada vez que lo veía con el antecedente cuatro meses atrás de mandarlo con dos puntazos al hospital. Su defensora pidió exceso en la legítima defensa.

El Juez ordenó la libertad de Cardozo y sentenció a Flores a la pena que pidió la fiscal de graves atentados Claudia Carreras. Estuvo la mamá de la victima en la sala. Se la notaba triste. Por fin los protagonistas son todos chicos del barrio que conoce de toda la vida.