“Un borracho estuvo a punto de tropezar conmigo, y luego desapareció. Durante algún tiempo seguí oyendo su paso desigual y sonoro…”
La noche      Guy de Maupassant
Pudiera pensarse que este estado impuesto de vivir entre cuatro paredes actúa como un freno para la violencia, una especie de cataplasma helada frizando las pulsiones destructoras, uno está así hacinado en posición flor de loto con las patas cruzadas reconcentrado en los mundos no corpóreos.

Por eso el titular del Tribuno del 28 de Abril que a los empleados públicos de la Justicia del rubro “Preocupa la disminución de denuncias por violencia”. Más allá que debieran alegrarse y no preocuparse es prueba que el encierro nos hace buenos.

Ahora bien la calle sigue tan jodida como siempre. Los salidores quedan sujetos a sus leyes eternas. De la protección del hogar a la selva indómita. Quedate en casa así no te chucean no estaría desacertado como slogan.

El 22 de Abril a las ocho de la noche ingresaba a la guardia del San Vicente un chango de 27 años con una profunda puñalada en el flanco. Comprando en un kiosko del Kirchner un tipo que conocía, machado, se la había encajado por unas broncas viejas. El herido tiene una muerte del 2018 por la que fue condenado en suspenso por homicidio con exceso en la legítima defensa.

No salía no le pasaba nada.

Al día siguiente revolucionaba la guardia otro herido de cuchillo en la panza al que se le desbordaban las tripas por el tajo. Era de barrio Los Lapachos, tenía 25 años y en el 2016 había estado preso por venta de droga. Dijo que un tal Choli lo punteó en una esquina de Caballito.

Los dos agresores fueron detenidos por la gente de homicidios.

Aislado, te digo, es mejor.