“Todavía quedan restos de humedad
sus olores llenan ya mi soledad…”
El breve espacio en que no estás Pablo Milanés
El amante le aparecía en las horas más inoportunas. A ella le gustaba. Ese día cocinaba un guiso y toc toc: el opa. Dale un ratito, un ratito, lloriqueaba, tirandole besos. Andáte, andáte que ya llega mi marido, le contestaban, pero en ese momento ninguno de los dos estaba en control de la situación que era la del cartero llama dos veces y él regaba de harina la mesada como un maestro panadero y con las calzas bajadas la plantaba para toparla como un bisonte contra una diligencia ablandando la carne de nalga en las orillas de la olla hirviendo y no se sabía si el pito era el de la pava o era el del amante convertido en central termoeléctrica a punto de estallar. En pleno traqueteo la fémina probaba como estaba de sal el guiso con un esfuerzo que al ser infundida la dejaba con un tembleque en todo el cuerpo que apenas se podía mantener parada. El tipo, en eso de mantenerla parada, no tenía problemas.
La llegada del marido aguó la fiesta.
Andáte, andáte. Hola amor. Hola amor ¿qué te pasa? ¡estás temblando!. Ay no sabés lo que me acaba de pasar, toqué la heladera y me dio una patada, sentí un sacudón, me vibraba todo el cuerpo, pensé que moría electrocutada. Algo era cierto. Le habían pegado una terrible…patada. Ya llamo a la ambulancia amor.