“Ahora me causa gracia, pero en ese momento tuve que salir corriendo al baño, descompuesto, mareado…”
Los electrocutados J P Zooey
Fue el Martes 23 de Abril en el santuario de la justicia, del honor y de la verdad de Lamadrid y Egues. El palacio recuperador de feses perdidas e injusticias reticentes (feses es a la fe los que manises al maní que siendo un plural objetable es mejor que fes pero peor que maníes e igual a feis). Con esos sacos y corbatas y vestidos de alta costura fiscal destilando Chanel y altas yantas y sex appeal de se mira pero no se toca pasando distantes desde sus pedestales públicos muy preocupados en lo real y lo aparente, en lo atinente y lo contingente, en los verdadero y lo falso, con cara de yo soy Ulpiano y yo, Solón, los artífices del derecho y de la concordia humana. O sea, los tribunales de Orán. La gran maquinaria justiciera.
Hete aquí que un abogado del sacro foro hubo de entrar a un sumarísimo por robo al Juzgado de Garantías dos, subiendo la escalera señora, primera ventanilla. Llevaba bajo el brazo para no desentonar con el asfixiante ambiente de a cada cual lo que merezca el Código Penal de la república, un grueso volumen de tapas duras.
En el apuro sabiendo que estaba en el recinto de las leyes y de la honestidad dejó su libro en la mesada de la ventanilla dando por hecho que al salir lo hallaría con el separador en la hoja del artículo 164 en el capítulo dos del Título VI del libro segundo delitos contra la propiedad, tal cual lo había dejado. “Miremeló” alcanzó a decirle a la madre de su cliente antes que cerraran la puerta. Se ve que la señora, con los nervios, se distrajo. Porque al salir el Código no estaba.
El letrado miró desesperado en todas direcciones y un alerta roja de sirena de bomberos con los altoparlantes advirtiendo de aquí no sale nadie hasta que devuelvan el libro del doctor y una irrupción de gendarmes que pidieron un cuarto intermedio en la reunión con los bagayeros porque había pasado algo que mancillaba el esplendor judicial y se cerraron todas las salidas y fueron revisados los baños e inspeccionados los ladrones a punto de declarar mientras el jurisconsulto victima había perdido la compostura y gritaba “ya te voy a agarrar hijo de mil putas y te voy a meter el tomo por el or…”.
La hecatombe cedió con la aparición del bien perdido. Un empleado había puesto una pila de expedientes encima y al alzarlos se llevó todo. Dos horas de furia habían terminado sin socavar el buen nombre y honor de la Justicia Oranense. Los gendarmes volvieron a custodiar la firma de una nueva tregua de 45 días en la guerra bagayera. La casa está en orden.