“…Ningún ave nació para vivir enjaulada. En su estado salvaje, estos hermosos seres nunca se encuentran solos, y aunque estuvieran separados por un breve momento, llaman desesperadamente a sus compañeros de grupo. Se orientan en bandadas, vuelan y juegan juntos, y comparten tareas de incubación…”
Aves capturadas o criadas en cautiverio AnimaNaturalis.com
Ahora de grandes supimos que de niños eramos unos sádicos delincuentes. Nunca se nos pasó por la cabeza que los pajaritos que teníamos en la jaula, jaulones llegamos a tener, sufrían de stress y que muchos de los que encontrábamos muertos una mañana y atribuíamos a una peste en realidad se habían suicidado deprimidos por las condiciones de esclavitud a que los sometíamos habiéndolos extirpado de su habitat natural y su familia. Esos hermosos cardenales, mistitos, cabecitas negras o jilgueros a los que graciosamente les poníamos agua y alpiste no saltaban contentos de palito en palito sino que buscaban nerviosos y neuróticos una salida a la libertad.
Tan hijos de puta supimos ser detrás de nuestros rostros infantiles.
Ese lindo changuito, hemos caído en la cuenta, escondía un monstruo esclavista que se divertía con el dolor ajeno. A veces, y siento repugnancia hacia mi persona por esta confesión, compramos canarios. Había casas maravillosas con jaulas de alambre tejido donde se hacinaban cientos de aves que casi no podían volar chocándose unas con otras y nosotros elegíamos ¡esa esa! cuando el pajero o pajarero metía la mano para capturar la mascota leáse presa. Nos parecía que la liberábamos del cadalso de la aglomeración cuando, hay que decirlo, éramos Hitler y la solución final.
Es más, en este momento me estoy dirigiendo a la Comisaría a entregarme, trampeabamos chingolos y otras especies. Por experiencia propia de asesinos en serie sabíamos que los gorriones no había que cazarlos porque se morían de tristeza luego de sangrarse la cabeza y el pico contra los barrotes de la jaula. Era una ínfima humanidad, gorriones no. Los otros se pelaban un poco y luego se acostumbraban al campo de concentración casa y comida con la puerta que se abría para arriba como las de los leones en los circos o tenían resorte. La cosa era impedir fugas.
Había un pegamento que ponías donde iban a posarse y quedaban pegados aleteando en la goma o sino pisaban el palito de la trampera y se iban pa adentro como los ahorcados o en una tarea de espionaje imperdonable nosotros los niños verdugos armábamos un cajón con pan adentro para que entraran a comer las ingenuas criaturas voladoras sin reparar que sostenía el armazón un postecillo con un piolín cuyo extremo teníamos en nuestra mano que era la señal de descargar la guillotina de la Francia convulsionada de fines del siglo XVIII. Para el traslado de las presas tomábamos la precaución de embalarlas en cajas de cartón con agujeritos para que no murieran asfixiadas. Nos sentíamos madres Teresos, buenas personas.
De grandes, gracias a una nota de la prensa policial sobre el secuestro de jaulas con pájaros de una casa, un frío glacial recorrió nuestra espalda de criminales precoces. Podremos argumentar en el Juicio de actos de lesa humanidad o avesidad que no sabíamos lo que hacíamos, que todos los niños son crueles, que en aquella época no eran ilegales las pajareras ni los prostíbulos ni los cabarutes, que todo cambió. Juraremos que hoy somos buenos. ¡Vieja escondé la jaula y ponele el bozal a la cata que andan los de la Brigada!.
