“Una fila de luces señalaba la calle. Apartó la vista de ese paisaje desolado. Sentía esa tristeza como un dolor físico…”
Le desconocida Bernardo Kordon
El Jueves 8 de noviembre fue un día fatal. Literalmente. En Estados Unidos se difundía que el ex marine de Afganistan de 28 años que el día anterior había matado a tiros a doce personas en un bar publicaba en las redes en medio de la matanza que estaba cuerdo pero “aburrido”, justo antes de volarse el bocho. En Saladillo, provincia de Buenos Aires, daban a conocer la autopsia de un hombre de 63 años hallado decapitado. Lo habían liquidado de un puntazo en el cuello y luego como quien no quiere la cosa aserrado la cabeza. En la sede central de Google un autobús de la empresa atropellaba y mataba a una empleada. En Orán las tragedias noticiosas venían de a dos. A media tarde en la Constituyentes y pasaje El Milagro una moto Corven 110 con una pareja, la chica al volante y el chango detrás, salía picando y se incrustaba en la avenida contra un camión Ford 350 estacionado.
Iban como tantos chicos motorizados en un estado para matarse en la primera de cambio. Enloquecidos, temerarios, desentendidos, distraídos, retando al destino en cada esquina, peligrosos para los demás y para ellos. No hubo milagro a la salida de El Milagro. La mujer, Antonella Coronado (22), murió en el acto estrellándose contra la mole con el inercia letal de su propia velocidad. No había huellas de frenada. Su compañero Juan José “Chapulín” Acosta (25) fue llevado de urgencia al hospital amnésico, no sabía lo que había pasado. Antes que el médico le sacara unas placas, se fugó. Acosta tiene varias caídas en la Policía, anda a saber. El forense Darwin Paredes practicó la autopsia y además de establecer la rotura del corazón causa del deceso, consignó un líquido azulado en el estómago del que se tomó muestra para análisis. “Era una buena vagancia” dice uno de los incontables comentarios del Face lamentando su pérdida.
La pericia terminó a las once de la noche, a las ocho se reportaba un segundo accidente fatal en la ruta 50. Al tiempo que retiraban un cuerpo entraba otro, el de Luis Javier Segundo (28) de barrio Caballito al que una camioneta de Gendarmería le pasó por encima. Según los gendarmes, iban tres efectivos, al volante el sub alferez identificado Claudio Rojas, Segundo deambulaba por la banquina y a la altura de Las Paltas se tiró debajo del vehículo, daba a entender un suicidio. “Se abalanzó” dijeron. Sufrió un estallido general de órganos por aplastamiento. Tenía a lo largo las marcas profundas de las ruedas. A Segundo lo conocían en el hospital, era evangelista, no saben si pastor o predicador. Iba a visitar pacientes. Alguno de los que pasaron por el accidente creyeron que era un niño. Era bajito. Y de River, tenía gorra, pulsera y un tatuaje en el pecho con la banda roja. El móvil quedó secuestrado para pericias y la Causa pasó a la Justicia Federal.
Corolario de estos dramas viales y en pleno velorio de las victimas, el Viernes, otros dos changos en moto se estrolaban contra otro camión estacionado por la misma avenida cinco cuadras al norte, en la interjección con la Alvarado, estaban machados y/o drogados, copiado al de 24 horas antes. Parecía un concurso. Uno de 18 años se fracturó el cráneo. El Sábado seguía en terapia intensiva pero, nos informó un médico, su vida ya no estaba en riesgo.
Desde ya un coro de voces angustiadas pedía acciones para frenar la inconsciencia juvenil y el caos vial. Los chicos, muchísimos de ellos, no escuchan, no tienen miedo, no le dan bola a la radio, menos a los tránsito, no leen recomendaciones y si ven los videos de accidentes es para reírse como se hacen pelota, VIVEN SU VIDA Y VIVEN SU MUERTE. Personal, no negociable, impermeable a reglas y consejos. La suya.