“-Hostia -dijo él-. Me cago en la hostia…”
Desde ahora te acompañaré a casa    Kjell Askildsen
Fue remisero en Buenos Aires durante veinticinco años, antes trabajó en un frigorífico y hace un tiempo migró al norte, más exactamente a Urundel, convertido en Pastor de una iglesia cristiana que llamó “Los escogidos de Jehová”, un negocio que lo iba a sacar de pobre. Con su verborragia porteña no tardó en armar una grey de evangelios.

Carlos Alberto Cuevas (62) no era querido por todos. Algunas mujeres lo notaban un poco atrevido, las apretaba con una fuerza sospechosa, las babeaba al besarlas y hasta se daba el gusto de unos tocamientos nada religiosos.

Hasta que una feligresa, hermana, acólita, de 18 años denunció que la venía violando desde los 17 aprovechando su poder de representante de Dios.

Cuevas se defendió hablando del Señor y de sus 34 años de cristiano aceptando haber tenido un noviazgo con la menor. Dijo que ella lo buscó y allí se cavó la fosa. Lo condenaron a nueve años de cárcel por abuso sexual con acceso carnal calificado.

Pasó a integrar las cada vez más largas listas de religiosos sentenciados por delitos sexuales.