“Cómo olvidar tu sonrisa
Cómo olvidar tus miradas
Cómo olvidar que rezaba
Para que no te marcharas…”
Nunca te olvidaré     Enrique Iglesias

Entró como un preso más a una de las superpobladas cárceles policiales Oranenses y allí, donde menos podía esperarse, brotó el amor.
Él tiene 27 y él tiene 21 y un cuerpo torneado de gato de tejados tatuado hasta la pera. Es amor a primera vista. La semana que el nuevo permanece detenido es puro tortolismo y besos. Le sacan chispas al catre y se dicen que nunca hubo uno igual a tú. En la pared con un palito raspan un corazón con la flecha atravesada y se sacan una selfie para mostrarle al mundo su pasión.
Al llegar la orden de libertad lo que debería ser alegría es desazón y tristeza.

Yo no me voy sin él, dice él. Llora como un chico. Los policías un poco lo consuelan. “Es mi novio” grita y al final lo tienen que arrastrar para sacarlo del calabozo porque no quiere irse. Su lugar en el mundo es esa celda hacinada que tenes que caminar de costado, como un egipcio, para ir al baño. “Le doy un beso y me voy” suplica antes de partir desconsolado. ¿Quién apareció primero en la fila de las visitas de detenidos del Domingo?. Sí, ¿parentezco?: novio, ah bueno pase. Le llevaba chocolates, pancito, al gato que estaba triste y azul como la canción y que agradecía con arrumacos. El amor duró lo que dura el amor. Al mes no fue más.
Lo que parecía eterno resultó, al fin y al cabo, un romance fugaz. De presidiarios. Nunca te olvidaré.