La Miquila se quería ir de Orán. “Acá discriminan mucho” decía no sin razón. Distinto era en Bahia Blanca donde junto con otras traviesas norteñas vivió varios años. Nadie se metía con ellas, ni las perseguían, ni las despreciaban, ni las mataban. Tenían una clientela a quien complacer con sus servicios.
Su nombre en el documento de identidad era Miguel Angel Mamaní, 29 años, de una familia de siete hermanos de barrio Maravillas muchos de los cuales emigraron en busca de mejores horizontes.
Siendo el menor era el más mimado de su mamá. Su padre murió hace mucho. En una de sus visitas unos tres años a esta parte la notó enferma y ya no quiso volver a irse. Se quedó a cuidarla. Convivía con ella y unas sobrinas en el Pasaje Lucardi al cien. Ese tiempo lo pasó mal. Le cortaron la cara, la golpearon, en el 2010 la agarró una patota y le rompió el baso a patadas. Estuvo con la vida pendiendo de una baba de caracol. En Terapia Intensiva. Para colmo quiso defenderse con una botella en el momento que llegaba la Policía y para reducirla los efectivos volvieron a molerla a golpes.
Todos en el barrio la conocen y hablan de ella. Mezclando mitos y realidades. La tienen como el homosexual de 15 años que en 1999 violaron varios en la esquina de Esquiú y Lucardi, falso, como una de las bailarinas de Mari Mari, falso. No salía en los Corsos. Era muy reservada. Al anochecer esperaba que su madre se durmiera partiendo a hacer la calle donde muchos travestis ofrecen placer parados frente a la chatarrería en la entrada de Avenida Nogués. Los suyos aseguran no saber que se prostituía. Siempre se tiñó el pelo, cuentan, pero de día se mostraba recatada con rodete y ropa anodina. A la noche se transformaba. La veían salir con unas minis coloridas el pelo suelto negro azabache antes, amarillo intenso los últimos tiempos. Tomaba mucho. Quizá para soportar su vida de mal mirado. De marginal. Mostrarse más retraído que de costumbre convenció a su familia que se estaba drogando. No salía de la pieza muchas horas. Micky era su apodo. Miquila le quedaba más a tono. Era más femenino.
A las dos cuarenta y siete de la mañana del Jueves quince de Marzo una de las cámaras de seguridad de la estación de servicio YPF de la ruta 50 la filmó caminando de sur a norte frente a la playa de camiones. Iba de la Nogués a la calle Sarmiento. De la entrada a la salida de la ciudad. Caminaba sin mostrar dolor, no se la ve retorcerse, ni claramente tambalear. Los detectives piensan que ya estaba herida. Los suyos suponen igual. Explican que era brava para aparentar, no iba a abandonar una cierta altivez ni que se estuviera muriendo. Si es cierto que ya la habían acuchillado, se estaba muriendo, en efecto.
Por la Sarmiento en sentido inverso a la mano llegó hasta la gomería pasando el negocio donde venden coca. Pidió auxilio, se derrumbaba. El empleado dice haber escuchado un auto que salió arando antes que apareciera. No lo vio.
Su cuerpo presentaba varios tajos. Cuatro le contaron en la Guardia. Dos en el tórax, el tercero superficial en el cuello y el cuarto típicamente de defensa en el brazo.
Estaba lúcido al momento que un oficial de la 20 comenzó a tomarle la denuncia. Habló de un canoso en un auto rojo como el autor de la agresión. De pronto enmudeció, dijo que no quería denunciar nada por su mamá que estaba enferma, que al tipo nunca lo iban a encontrar (???).
Hablaban de un tipo ya veterano habitué de travestidos que le había dicho que si con él no hacían bien las cosas no tenía problemas en matarlas. Hablaban de un celular robado en una orgía que derivó en una venganza contra el supuesto ladrón. Hablaban de una prostituta que el día anterior andaba preguntando por la Miquila porque sabía que alguien la iba a matar.
Chismes improbables fue lo que sacaron en las redes tras un par de jornadas de investigación. Ni siquiera el lugar y la hora del ataque pudo establecerse con precisión. El caso es uno más en la zona contra homosexuales. “Acá discriminan mucho” se quejaba la Miquila. Estaba en lo cierto.
NOTA: Otro crimen impune a la fecha.
