Cuando el ayatollah Jomeini desembarcó en nuestras playas caribeñas con sus terciopelos y pieles se debe haber cagado de calor. Los estudios serios de revisionismo histórico ponen al teólogo iraní a la cabeza del descubrimiento. Traía para vender su Corán con tapa de cuero un libro que competía con la vieja y peluda Biblia el éxito editorial de las uropas. El ayatola llegó a Orán cansado.

¿Qué mierda es esto? dijo mientras le latían las patas. Son los restos de una civilización que no pudo ser próspera ni dominar la tierra por una pandemia de coronavirus que transformó sus baños de mármol en retretes de mosquerío, sus palacios en chozas de madera y plásticos negros, sus calles de mesa de billar en cráteres infames y sus grandes empresas en esos carritos de choripán que pueden verse en las esquinas. Mejor sigamos, dijo Jomeini.